Con algo de postal turística pop y de biografía amarilla, se apela a una suerte de psicodelia rural para bucear en la memoria de los lugareños y rescatar de ella el retrato de Edgar Estigarribia, creador e intérprete de más de 200 glosas en unos 36 discos de enorme popularidad. Fue gracias a su talento y carisma que la glosa, o poema introductorio, se incorporó definitivamente al Chamamé, uno de los géneros musicales más sorprendentes y ricos del Folklore Argentino.